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Dolo

Negligencia del personal, responsabilidad empresarial

En el post anterior hablamos de las imprudencias ocasionadas por el personal de manera inconsciente, pero aun teniendo en cuenta la presunción de inocencia, en ocasiones el personal obra mal teniendo una clara intención de beneficio, es decir, deliberadamente.

Tenemos que partir de una base clara: nuestra plantilla está constituido principalmente por seres humanos, no máquinas. Por lo tanto, pueden cometer errores, incluso ciertas imprudencias producidas sin maldad alguna, difícilmente evitables en ocasiones. Pero, ¿qué sucede cuando esa persona obra mal conscientemente? Estamos refiriéndonos a cuando se comete una imprudencia sabida o realizando una actividad que obra en su favor, pudiendo perjudicar a la empresa, en la gestión y, lo que es aún más preocupante, llegando a responsabilidad penal, por entre otros temas fraude fiscal o protección de datos.

Hay una gran cantidad de factores externos por los que nuestro personal puede obrar de mala fe: falta de motivación en su puesto de trabajo, un beneficio económico adicional al de su salario o, incluso, una nueva oferta de trabajo en una empresa rival, reportando a cambio información valiosa de nuestra compañía. Es decir, una mala praxis o negligencia de nuestras trabajadoras o trabajadores.

Y aquí entra en juego otro término, el dolo, que se trata de una voluntad maliciosa de actuar en contra de una obligación contraída. En términos laborales nos referimos a la mala actuación del personal, aun sabiendo que constituye un mal para la organización.

En el caso de una desmotivación en el puesto de trabajo podemos establecer medidas de motivación, medidas relacionadas con la mejora de la gestión de los recursos humanos u otros incentivos, pero… ¿Qué podemos hacer en el resto de los casos?

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charles

¿Por qué soy el culpable si el que actúa mal es mi personal?

Es evidente que en el desarrollo de una empresa intervienen una gran multitud de factores, factores que la mayor parte de las veces no se pueden controlar desde la dirección. Algunos de ellos son totalmente externos, como las actuaciones de nuestra clientela o los proveedores, la situación económica de los países donde se opera o, incluso, catástrofes naturales.

Sin embargo, hay otras acciones que, sin ser controladas por la dirección, guardan bastante relación con la empresa. Estos casos son, básicamente, los relacionados con el accionariado y el personal empleado de la empresa.
Hoy quiero hablaros de porque la empresa responde cuando nuestro personal obra mal (sin intención), a pesar de desconocer sus maniobras.

Llegados a este punto, es importante definir el término imprudencia: el personal empleado actúa imprudentemente cuando, de modo no intencionado, vulnera las actuaciones para las que estaba contratado. La Ley General de la Seguridad Social, en su artículo 115, divide este término en dos: imprudencia temeraria e imprudencia profesional.

La imprudencia temeraria es aquella relacionada con la asunción de riesgos innecesarios, es decir, cuando el personal empleado realiza su trabajo de una manera fuera de lo normal. Los ejemplos más básicos son el no de los equipos de protección de trabajo en aquellas zonas que se necesiten o el mal uso de artefactos, pudiendo perjudicarse a sí mismo o a los demás.

En cuanto a la imprudencia profesional, la podemos distinguir de la anterior en que esta es fruto del exceso de confianza, por parte del trabajador, de su actividad laboral. Esto resulta más habitual en aquellos trabajos monótonos, pudiendo provocar esto daños irreparables.

Un tercer tipo de imprudencia, no definida, es la simple, en la que el personal tiene fallos en los que hace peligrar la integridad debido al cansancio, despistes o distracciones.

Aunque cada una de las imprudencias tiene unas características, es evidente que todas ellas conllevan un riesgo para la persona que las realiza, el resto de personal y, en última instancia, para las instalaciones de la empresa.

Ahora bien, como empresa la pregunta es… ¿Qué podemos hacer para minimizar esas imprudencias? La respuesta, aunque evidente, no es sencilla.